Somos parte de una Iglesia herida, en crisis, con un episcopado desprestigiado y un clero cuestionado. Especialmente grave es el descrédito y la desconfianza que una parte importante de los ciudadanos  tienen en nuestra Iglesia.

Estamos en una emergencia espiritual y de gestión que nos obliga a buscar  caminos posibles para cambios importantes. Necesitamos detenernos y exponernos  a una brisa fresca que nos despierte y renueve un ambiente enrarecido.

Algunas verdades que no podemos olvidar

Somos limitados:

-Somos parte de una Iglesia santa y pecadora, que se equivoca. No podemos olvidarlo ni por un momento. El Papa reconoce que se equivocó, nosotros también lo hacemos mas a menudo que lo que tenemos consciencia.

-Los sacerdotes y los obispos no somos super- héroes sino tan frágiles y pecadores como todos. Somos pobres en talentos, con limitaciones y fragilidades de todo tipo, con cegueras y sorderas, con una evaluación falsa de si al considerarnos mejores, que sabemos dirigir la suerte de otros, que no necesitamos aprender de los demás.   Se nos olvidó completamente que “Llevamos el tesoro en vasijas de barro”.

-No somos, y nunca hemos sido, una Iglesia de hombres y mujeres perfectos. Nosotros no lo somos, la Iglesia, como comunidad, tampoco es perfecta.  Esta es la tentación  más grave de los fariseos de ayer y de hoy porque se alteran todas las relaciones, se oculta nuestra realidad y nuestras carencias, se vive de “deberes ser”  y de apariencias, y empieza la división de los buenos y los malos.

-Los cristianos no somos hombres seleccionados, no somos parte de una elite, sino simplemente pecadores perdonados. Somos pecadores y sin embargo llamados a prestar un servicio para que otros, católicos y no católicos, tengan vida, crezcan en humanidad, descubran y gocen de ser hijos amados de Dios.

-Necesitamos darle espacio en nuestro mundo para sentir el dolor y  vergüenza por nuestra torpeza, ceguera e ingenuidad. El desarrollo emocional de nosotros sacerdotes es limitado. Tenemos que abandonar la pretensión de superioridad moral que por mucho tiempo nos asignaron y que nosotros nunca lo aclaramos.

-El demonio cuando ataca nos hace ciegos, torpes, creídos. No tenemos consciencia que somos muy  vulnerables a la seducción, a la tentación del poder, del prestigio, de la vanidad,  y nos cuesta reconocerlo.

-Todos somos seres inacabados, con zonas opacas en nuestras vivencias. Llevamos en nuestro interior sueños difíciles de aceptar y hechos poco claros, impulsos desatinados, palabras retenidas que no fueron dichas,  olvidos voluntarios, violencias interiores.  Somos más verdaderos, más honrados, cuando nos hacemos cargo de nuestro lado oscuro y, si es posible, lo compartimos con verdad cuando alguien nos puede albergar. No necesitamos solo que nos quieran sino también que por amor y con amor nos corrijan, que no enfrenten. Tenemos que aprender a ser adultos.

-Reconocer nuestra imperfección nos humaniza. Nunca disimulemos nuestras llagas, nuestras limitaciones. Tenemos que cargarlas, hacerlas nuestras, sufrirlas y  con la ayuda de Jesucristo médico, sanarlas.

-Si aceptamos nuestra imperfección esto nos permite recuperar la verdad de la vida y nos facilita  comenzar y recomenzar, una y otra vez. Sólo quien reconoce su fragilidad y su pecado puede tener un corazón misericordioso con los demás.

-Sabemos justificarnos, disculparnos, culpar a otros, mirar para otro lado, empatar. Lo hacemos muy bien. La autodefensa y culpar a otros nos aíslan y dañamos a otros.

-La santidad no consiste en no pecar sino en volvernos al Señor, poner nuestra vida en sus manos y dejarnos inundar por el agradecimiento y su misericordia.   El no se cansa nunca de levantarnos, nos invita a descentrarnos y nos pone en el camino de los demás, a su servicio.  “Acércate a mi Señor, soy pecador”

Reconocer nuestros errores

Son muchos y grandes:

-El clericalismo, la concentración de poder en nuestras manos  es una oportunidad para abusos de todo tipo. Nunca hablamos entre nosotros como manejamos el poder que está presente en toda relación. Es un tabú.  Toda autoridad que no tiene contrapesos y revisa su actuar regularmente tiende a abusar de ella. Así es el corazón del hombre.

-Un gobierno sólo de hombres, donde no hay participación real de las mujeres en el discernimiento, en las decisiones y en la conducción, es una torpeza sin nombre.   Ellas tienen una manera distinta de aproximarse a la vida, capacidad de mediar y una visión global, que los hombres no tenemos y que constituyen un gran aporte en todo grupo de trabajo.   Es un escándalo en nuestro tiempo no contar con ellas y una pérdida enorme de sus habilidades y recursos en la vida pastoral.

-Hemos tratado los abusos de todo tipo como pecados y no como delitos. El pecado puede ser perdonado, el delito tiene que ser castigado.   Bajo una envoltura de bondad y de misericordia en nuestra Iglesia las faltas a la verdad, a la honradez, a la justicia, al aprovechamiento de otros por parte de los consagrados quedan impunes.

-En nuestra Iglesia se castiga sistemáticamente a los que piensan distinto, a los que traen nuevas ideas, a los autónomos. Se valora excesivamente la uniformidad de los fieles, no respetando la consciencia propia y el discernimiento personal.   El Creador nos ha hecho diferentes y nos invita a cada uno a hacer caminos distintos. La unidad no es el punto de partida sino una meta a lograr. La gran tarea es lograr la unidad de los diversos.

La propuesta  de uniformidad es una mala práctica, es tremendamente dañina. Nos mantiene en una fe infantil, (todo está prescrito), perdemos amplitud de alternativas, faltamos el respeto a los que no piensan, sienten y hacen como está mandado. El costo es que no nos permite crecer, adaptarnos a nuevo tiempos.

-La Iglesia favorece en sus instituciones una atmósfera de amenaza y de miedo que no permite hablar, hacer, disentir de las figuras de autoridad. Sólo se permiten ovejas mansas y sumisas pero que mienten porque la realidad es otra. Cualquier crítica se le considera una afrenta, una deslealtad, una amenaza a la comunión.

-En nuestra Iglesia tenemos  miedo al conflicto, no sabemos pasar por ellos, afirmamos que va contra la caridad. No se permite hablar a la gente en los espacios eclesiales de su visión del país, de opciones sociales, políticas, morales que cada uno ha tomado, de los aciertos y desaciertos de la Iglesia. Es considerado una falta al buen entendimiento.   Los conflictos además se manejan solo en el ámbito privado, o bien que se resuelvan solos, que pase el tiempo y se olviden.

-Usamos en las comunicaciones oficiales un lenguaje retorcido, con todo tipo de cuidados para no molestar a nadie pero terminan por ser incomprensibles, irrelevantes. ¿Por qué no se hablan las cosas como son, en un lenguaje comprensible, especialmente para que los pobres,  los que  sufren la incomprensión y la injusticia puedan sentirse acompañados? .

-No fomentamos el protagonismo laical como una prioridad. La formación de los laicos de hecho no es la tarea primordial aunque las declaraciones se repitan sobre su importancia. ¿Nos asusta tener laicos maduros?, ¿Sabemos qué es lo que ellos necesitan?, ¿Cómo les presentamos a Jesucristo?.  Nos preocupamos mas de lo devocional, de cómo celebrar los ritos litúrgicos y de la formación moral.

-La Iglesia de los pobres, su riqueza, su experiencia, su vida de fe, su generosidad, sus preocupaciones en relación a la salud, la vivienda, la educación, no cuentan especialmente, aunque verbalmente está en primer lugar de nuestra preocupación. Somos más cercanos y preocupados de las posturas y de la opinión  de los que tienen el poder social, político y económico, de los medios de comunicación. Terminamos compartiendo sus  mismas cegueras.

-Nos cuesta sintonizar con el mundo actual, no tenemos herramientas para comprenderlo, valorarlo, aprender de el. Nos importa mas la ortodoxia doctrinal que entender las nuevas realidades culturales, familiares, laborales, sexuales, el lugar de la mujer. Tenemos temores que todo lo nuevo  va a perturbar nuestra tranquilidad, nuestro espacio de confort.  Nos falta una formación que nos ayude  discernir y a gustar de nuestros tiempos y que  nos permita reconocer las presencias y las ausencias de Dios en la cotidianeidad del trabajo, de la vida familiar, de nuestras comunidades repartidas por todas partes.

Algunas sugerencias para enfrentar la crisis y emprender nuevos caminos, en consonancia con el Evangelio.

-¿Cómo encontrar caminos nuevos partiendo desde la confusión y el error?, ¿Cómo reparar el daño provocado?, ¿Como hacer el duelo de costumbres del ayer? Cómo soñar con una Iglesia con olor a oveja?

-La crisis puede ser una buena ocasión de grandes aprendizajes. Es una inmensa oportunidad que se nos ofrece. Puede ser el punto de partida de una Iglesia novedosa, sencilla, profética, renovada, peregrina.

-No podemos permanecer en el desencanto, en la queja, en la desolación, en la protesta. Mas bien preocuparnos de estar abiertos a la visita de Dios que está siempre dispuesto a venir en nuestra ayuda. ¡El Señor no deja abandonado a su pueblo!

-Fueron laicos quienes hicieron ruido y llamaron la atención de las fallas de los consagrados en el servicio de los demás. Necesitamos reconocerles su servicio. Ellos son parte importante de la Iglesia, nunca marginales.   Se requiere urgentemente de un protagonismo laical. No podemos tratarlos como niños, no escuchados, sin espacio real para tomar decisiones.

-Nuestros Obispos y los sacerdotes no podemos usar la estrategia de encerrarnos en grupos selectos, de aislarnos por temor, de culpar a otros de nuestras desgracias, de hacernos las víctimas para  continuar en nuestra posición de poder.

-El primer paso es reconocer la crisis y enfrentarla. “No supimos”, “nos equivocamos”, “hemos dañado gravemente la confianza”, “Somos abusadores del poder, de consciencias y sexuales”.

Tenemos que asumir  el dolor que hemos provocado a niños, a mujeres, a los que no cuentan,  como también  las consecuencias que se prolongan en el tiempo. No bastan palabras, tenemos que aprender a llorar, a sentir la aflicción, a expresar nuestro deseo de estar en comunión con ellos., a buscar caminos para reparar no solo el daño psicológico sino también  la perdida de la confianza en los ministros formados para ser testigos de la bondad de Dios.

-Reconocer nuestro pecado y nuestros errores a quien quieran escucharnos, e invocar la misericordia de Dios que es el que mejor sana y restaura lo dañado.

-El tema central de nuestro ministerio es el cuidado de los demás, de toda persona humana, más allá de su pertenencia a nuestro grupo religioso. Somos especialistas en crear vínculos vitales y vitalizantes, así podemos ayudar a muchos a crecer en humanidad, darles a gustar la sabiduría del Evangelio, disponernos a consolar y a escuchar sus dolores y sus sueños, invitarlos a participar en las locuras del Evangelio.   A menudo esto lo hemos olvidado y somos nosotros los que nos ponemos en el centro de atención de los demás.

-Revisar nuestra larga historia que nos puede enseñar que en la noche más oscura surgen los mas grandes profetas y los santos, hombres y mujeres que saben leer los tiempos y regalan su vida a causa de Jesús y el Evangelio.

-Pongamos largamente nuestra mirada en Jesucristo más que en las dificultades, en los errores, en nuestras miserias. El es quien trae las medicinas que necesitamos y que se llama “salvación”

-Que sea el Espíritu quien nos guía en los cambios a hacer, no bastan sólo nuestros intereses, nuestras rabias y desencantos, o nuestras posturas ideológicas. Que sea el Espíritu nos de audacia pastoral para crear caminos nuevos.

-Por qué no dejarnos ayudar por  una empresa seria que nos haga una auditoría pastoral: qué hacemos, por qué hacemos lo que hacemos, qué recursos tenemos, qué habilidades nos faltan, qué necesitan los hombres y mujeres de nuestros tiempo.

-Atrevernos a levantar la voz, a confrontar ideas, a permitir que otros nos hagan  preguntas por mas fuerte que sean. No es una  falta de respeto que nos cuestionen, que desconfíen, que seamos rechazados.

-La tarea es inmensa: crear una cultura nueva de ser iglesia, y esto toma tiempo, de aprender a relacionarnos entre nosotros y con los demás, en descubrir el rostro bondadoso de Dios que ha sido olvidado, en disponernos a lavar los pies de tantos que lo necesitan.

Que el Evangelio llegue a ser la Palabra que nos ilumina, en sanar a todos los que hemos dañado por el maltrato, por volver a poner en un lugar destacado a nuestro pueblo pobre con su sabiduría, con su generosidad.

-Revisar cuidadosamente la formación que se les ofrece a los nuevos consagrados en los Seminarios y Escuelas donde se preparan los diáconos permanentes. ¿Quién nos enseña a ser pastores?

Pertenecemos a una Iglesia envejecida, enferma, pobre de talentos, pero sigue siendo una escuela de humanidad, un hospital de campaña, una presencia misteriosa de Jesucristo y  el amor del Espíritu. Es nuestra Iglesia, pobre, limitada,  pero hermosa.

A los Señores Obispos de Chile.

 

Queridos hermanos en el episcopado:

 

La recepción durante la semana pasada de los últimos documentos que completan el informe que me entregaron mis dos enviados especiales a Chile el 20 de marzo de 2018, con un total de más de 2.300 folios, me mueve a escribirles esta carta. Les aseguro mi oración y quiero compartir con Ustedes la convicción de que las dificultades presentes son también una ocasión para restablecer la confianza en la Iglesia, confianza rota por nuestros errores y pecados y para sanar unas heridas que no dejan de sangrar en el conjunto de la sociedad chilena.

 

Sin la fe y sin la oración, la fraternidad es imposible. Por ello, en este 2º domingo de Pascua, en el día de la misericordia, les ofrezco esta reflexión con el deseo de que cada uno de Ustedes me acompañe en el itinerario interior que estoy recorriendo en las últimas semanas, a fin de que sea el Espíritu quien nos guíe con su don y no nuestros intereses o, peor aún, nuestro orgullo herido.

 

A veces cuando tales males nos arrugan el alma y nos arrojan al mundo flojos, asustados y abroquelados en nuestros cómodos “palacios de invierno”, el amor de Dios sale a nuestro encuentro y purifica nuestras intenciones para amar como hombres libres, maduros y críticos. Cuando los medios de comunicación nos avergüenzan presentando una Iglesia casi siempre en novilunio, privada de la luz del Sol de justicia (S. Ambrosio, Hexameron IV, 8, 32) y tenemos la tentación de dudar de la victoria pascual del Resucitado, creo que como Santo Tomás no debemos temer la duda (Jn 20, 25), sino temer la pretensión de querer ver sin fiarnos del testimonio de aquellos que escucharon de los labios del Señor la promesa más hermosa (Mt 28, 20).

 

Hoy les quiero hablar no de seguridades, sino de lo único que el Señor nos ofrece experimentar cada día: la alegría, la paz el perdón de nuestros pecados y la acción de Su gracia.

 

Al respecto, quiero manifestar mi gratitud a S.E. Mons. Charles Scicluna, Arzobispo de Malta, y al Rev. Jordi Bertomeu Farnós, oficial de la Congregación para la Doctrina de la Fe, por su ingente labor de escucha serena y empática de los 64 testimonios que recogieron recientemente tanto en Nueva York como en Santiago de Chile. Les envié a escuchar desde el corazón y con humildad. Posteriormente, cuando me entregaron el informe y, en particular, su valoración jurídica y pastoral de la información recogida, reconocieron ante mí haberse sentido abrumados por el dolor de tantas víctimas de graves abusos de conciencia y de poder y, en particular, de los abusos sexuales cometidos por diversos consagrados de vuestro País contra menores de edad, aquellos a los que se les negó a destiempo e incluso les robaron la inocencia.

 

El mismo más sentido y cordial agradecimiento lo debemos expresar como pastores a los que con honestidad, valentía y sentido de Iglesia solicitaron un encuentro con mis enviados y les mostraron las heridas de su alma. Mons. Scicluna y el Rev. Bertomeu me han referido cómo algunos obispos, sacerdotes, diáconos, laicos y laicas de Santiago y Osorno acudieron a la parroquia Holy Name de Nueva York o a la sede de Sotero Sanz, en Providencia, con una madurez, respeto y amabilidad que sobrecogían.

Por otra parte, los días posteriores a dicha misión especial han sido testigos de otro hecho meritorio que deberíamos tener bien presente para otras ocasiones, pues no solo se ha mantenido el clima de confidencialidad alcanzado durante la Visita, sino que en ningún momento se ha cedido a la tentación de convertir esta delicada misión en un circo mediático. Al respecto, quiero agradecer a las diferentes organizaciones y medios de comunicación su profesionalidad al tratar este caso tan delicado, respetando el derecho de los ciudadanos a la información y la buena fama de los declarantes.

Ahora, tras una lectura pausada de las actas de dicha “misión especial”, creo poder afirmar que todos los testimonios recogidos en ellas hablan en modo descarnado, sin aditivos ni edulcorantes, de muchas vidas crucificadas y les confieso que ello me causa dolor y vergüenza.

 

Teniendo en cuenta todo esto les escribo a Ustedes, reunidos en la 115ª asamblea plenaria, para solicitar humildemente Vuestra colaboración y asistencia en el discernimiento de las medidas que a corto, medio y largo plazo deberán ser adoptadas para restablecer la comunión eclesial en Chile, con el objetivo de reparar en lo posible el escándalo y restablecer la justicia.

 

Pienso convocarlos a Roma para dialogar sobre las conclusiones de la mencionada visita y mis conclusiones. He pensado en dicho encuentro como en un momento fraternal, sin prejuicios ni ideas preconcebidas, con el solo objetivo de hacer resplandecer la verdad en nuestras vidas. Sobre la fecha encomiendo al Secretario de la Conferencia Episcopal hacerme llegar las posibilidades.

 

En lo que me toca, reconozco y así quiero que lo transmitan fielmente, que he incurrido en graves equivocaciones de valoración y percepción de la situación, especialmente por falta de información veraz y equilibrada. Ya desde ahora pido perdón a todos aquellos a los que ofendí y espero poder hacerlo personalmente, en las próximas semanas, en las reuniones que tendré con representantes de las personas entrevistadas.

 

Permaneced en mí (Jn 15,4): estas palabras del Señor resuenan una y otra vez en estos días. Hablan de relaciones personales, de comunión, de fraternidad que atrae y convoca. Unidos a Cristo como los sarmientos a la vid, los invito a injertar en vuestra oración de los próximos días una magnanimidad que nos prepare para el mencionado encuentro y que luego permita traducir en hechos concretos lo que habremos reflexionado. Quizás incluso también sería oportuno poner a la Iglesia de Chile en estado de oración. Ahora más que nunca no podemos volver a caer en la tentación de la verborrea o de quedarnos en los “universales”. Estos días, miremos a Cristo. Miremos su vida y sus gestos, especialmente cuando se muestra compasivo y misericordioso con los que han errado. Amemos en la verdad, pidamos la sabiduría del corazón y dejémonos convertir.

 

A la espera de Vuestras noticias y rogando a S.E. Mons. Santiago Silva Retamales, Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile, que publique la presente con la mayor celeridad posible, les imparto mi bendición y les pido por favor que no dejen de rezar por mí.

 

Vaticano, 8 de abril de 2018

 

FRANCISCO

 

Dos diplomados nos ofrece la Vicaría para la Pastoral del Arzobispado de Santiago durante este año que se inicia.

Se trata de el Diplomado de Animación Bíblica de la Pastoral cuyo objetivo es generar una instancia de formación pastoral animada por la Palabra de Dios que abra nuevos caminos para el encuentro con Cristo, enriqueciendo la vida espiritual y comunitaria del creyente impulsando la conversión pastoral, para hacer de la Palabra de Dios el centro de la vocación cristiana disponiéndolo para la evangelización y para el servicio de la sociedad.

Este diplomado está dirigido a Formadores, agentes pastorales, laicos, ministros de la Palabra y la Eucaristía, religiosas y religiosos, institutos seculares, Diáconos permanentes, movimientos, comunidades de Lectio Divina y toda persona creyente con interés por conocer la Sagrada Escritura.

El segundo diplomado es en Pastoral Litúrgica y su objetivo es Crear un espacio de formación litúrgica, según el sentir del Papa Francisco, para promover una iniciación y formación litúrgica sólida y orgánica, que sea “fuente y cumbre de la vida eclesial” (SC 10) esencialmente en nuestro camino de fe.

Este diplomado está dirigido a formadores, diáconos, consagrados, agentes pastorales y laicos en general que deseen profundizar su conocimiento sobre la Liturgia.

Los interesados pueden escribirse hasta el 30 de marzo escribiendo a los correos: [email protected] ó a: [email protected] en el caso de personas de ese sector de Santiago.

Es importante destacar que ambos diplomados son gratuitos.