El sábado 22 de agosto, realizamos un retiro comunitario donde el Padre Benito Rodriguez nos entregó importantes «sonidos» en torno a como prepararnos interiormente para el próximo tiempo de Anuncio programado para el mes de noviembre.
Aquí les compartimos este material en formato escrito y de  audio para que lo revisen. Buen tiempo de preparación a cada uno.

«Para esta primera reflexión tomaremos el cap. 18 del evangelio de San Mateo. Juntos lo leeremos.

Ser como niños (18,2) “En aquel momento se acercaron a Jesús los discípulos y le dijeron: ‘¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?’ Él llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: ‘Les aseguro que si no cambian y se hacen como los niños no entrarán en el reino de los cielos. El que se haga pequeño como este niño, ese es el mayor en el reino de los cielos.’

temas-retiro-agostoAl leer este texto, podemos preguntarnos qué es ser como niños, es evidente que no podemos volver al seno de nuestras madres y nacer como ya nacimos. Ciertamente no es eso lo que nos pide el Señor, pero podríamos guardarlo para el momento de silencio que tendremos: ¿Qué es ser niño según el Evangelio? Todos conocemos niños buenos y otros no tan buenos. Creo que podemos identificar algo del niño en relación con esa inocencia que leemos en el Génesis, ese estado como en el paraíso antes del pecado … Algo así. Todos fuimos niños y podemos recordar cuando dejamos de serlo y no me refiero a la edad cronológica sino a una edad espiritual, más interior. Tal vez, en la edad interior el ser niño pudo interrumpirse cuando se puso a la defensiva y dejó de confiar y ahí comienza la etapa de la adultez, a veces antes de tiempo.

(Escucha el sonido aqui)

Volver a ser como ese niño que Jesús nos presenta en el Evangelio, podría ser volver a creer, confiar, ver la realidad con una mirada más limpia, sin tantos condicionamientos o mecanismos de defensa que se nos van incorporando e interfieren como un filtro en nuestra mirada de la realidad. Una bienaventuranza dice: “Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios.” Jesús al hablar de los niños, ¿no se estará refiriendo a esos limpios de corazón? Poder mirar con un corazón limpio para reconocer a Dios. En los niños llama la atención que no son muy conscientes, hasta cierto punto, de sí mismos, de cómo son mirados, no se avergüenzan y por eso se mueven con más libertad que los adultos. Nosotros, en algún momento, empezamos a tomar conciencia de cómo somos mirados, a mirarnos en los otros reflejados como en un espejo, a mirarnos más a nosotros mismos y a condicionarnos, en cambio los niños no tienen esa barrera. Entonces, volver a ser como niños es recuperar esa libertad con respecto al juicio de los otros y del mío, y volver a creer más en la mirada de Dios.   Les doy algunas pistas: ¿Qué es ser como niño según el Evangelio? ¿Qué me falta para ser como el niño que dice Jesús? Porque “para entrar al reino de los cielos hay que hacerse como niño”. La puerta es chiquitita, el adulto no cabe, el niño tiene que re-nacer ….

En el vers. 10 Jesús dice: “Guárdense de menospreciar a uno de estos pequeños, porque les digo que sus ángeles en el cielo ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos.” Entonces, cuidar esa dimensión del niño en el otro y en nosotros, evitar los escándalos, no escandalizar al inocente, al que cree, al niño. En nuestras comunidades y familias hay personas que son como niños en su manera de ser, de relacionarse – no es que sean infantiles o inmaduras – porque tienen una mirada más limpia. A veces son más vulnerables, están más expuestas. Leer más

Extracto tomado de «Un Fuego que Enciende Otros Fuegos» con textos de San Alberto Hurtado.

Atacar, no tanto los efectos, cuanto sus causas. ¿Qué sacamos con gemir y lamentarnos? Luchar contra el mal cuerpo a cuerpo. Meditar y volver a meditar el evangelio del camino de Jericó (cf. Lc 10,30-32). El agonizante del evangelio es el desgraciado que encuentro cada día, pero es también el proletariado oprimido, el rico materializado, el hombre sin grandeza, el poderoso sin horizonte, toda la humanidad de nuestro tiempo, en todos sus sectores.

Tomar en primer lugar la miseria del pueblo.(… ) Lo primero, amarlos: Amar el bien que se encuentra en ellos, su simplicidad, su rudeza, su audacia, su fuerza, su franqueza, sus cualidades de luchador, sus cualidades humanas, su alegría, la misión que realizan ante sus familias… Amarlos hasta no poder soportar sus desgracias… Prevenir las causas de sus desastres, alejar de sus hogares el alcoholismo, las enfermedades sociales, la tuberculosis. Mi misión no puede ser solamente consolarlos con hermosas palabras y dejarlos en su miseria, mientras yo almuerzo tranquilamente, y mientras nada me falta. (…)

Amarlos para hacerlos vivir, para que la vida humana se desarrolle en ellos, para que se abra su inteligencia y no queden retrasados.(…) Que las mentiras o las ilusiones con que los embriagan, me atormenten;(…) que sus prejuicios me estimulen a mostrarles la verdad.

Y esto no es más que la traducción de la palabra “amor”. Los he puesto en mi corazón para que vivan como hombres en la luz, y la luz no es sino Cristo, “verdadera Luz que alumbra a todo hombre que viene a este mundo” (Jn 1,9). Toda luz de la razón natural es luz de Cristo; todo conocimiento, toda ciencia humana. Cristo es la ciencia suprema.

Pero Cristo les trae otra luz, una luz que orienta sus vidas hacia lo esencial, que les ofrece una respuesta a sus preguntas más angustiosas. ¿Por qué viven? ¿A qué destino han sido llamados? Sabemos que hay un gran llamamiento de Dios sobre cada uno de ellos, para hacerlos felices en la visión de Él mismo, cara a cara (1Cor 13,12). Sabemos que han sido llamados a ensanchar su mirada hasta saciarse del mismo Dios. Y este llamamiento es para cada uno de ellos, para los más miserables, para los más ignorantes, para los más descuidados, para los más depravados de entre ellos. La luz de Cristo brilla entre las tinieblas para todos ellos (cf. Jn 1,5). Necesitan de esta luz. Sin esta luz serán profundamente desgraciados.

Amarlos apasionadamente en Cristo, para que la semejanza divina progrese en ellos, para que se rectifiquen en su interior, para que tengan horror de destruirse o de disminuirse, para que tengan respeto de su propia grandeza y de la grandeza de toda creatura humana, para que respeten el derecho y la verdad, para que todo su ser espiritual se desarrolle en Dios, para que encuentren a Cristo como la coronación de su actividad y de su amor, para que el sufrimiento de Cristo les sea útil, para que su sufrimiento complete el sufrimiento de Cristo (cf. Col 1,24).

Si los amamos, sabremos lo que tendremos que hacer por ellos. ¿Responderán ellos? Sí, en parte. Dios quiere sobre todo mi esfuerzo, y nada se pierde de lo que se hace en el amor.

“Laudato si”

Artículo escrito por Samuel Fernández, Facultad de Teología UC 

publicado en diario El Mercurio el domingo 28 de junio, 2015.

» Todo está conectado… todo está relacionado». Muchas veces aparece esta misma expresión en este nuevo documento del Papa Francisco. Se trata de la convicción que fundamenta el mensaje de la «Laudato si»‘ (LS). El hecho de reconocer que todo está relacionado justifica varias de las vinculaciones, algunas sorprendentes, que ofrece la encíclica.

mundo-ecologia2En los últimos siglos, el pensamiento cristiano se ha ido liberando de un cierto dualismo que había penetrado bastante dentro y que tendía a disgregar la realidad, distinguiendo las cosas relevantes para la fe cristiana de aquellas que eran juzgadas como irrelevantes. Un par de siglos atrás se solía decir que la misión del Evangelio era «la salvación de las almas», fuera solo un aspecto del ser humano el que tenía que ver con el Evangelio. Si bien Jesús estaba lejos de las filosofías que despreciaban el cuerpo, la materia y las cosas de este mundo, sin embargo, un cierto dualismo malsano llegó a tener una importante influencia en algunos pensadores cristianos (LS 98).

Una vez superado este dualismo entre alma y cuerpo, el pensamiento cristiano se renovó en la convicción de que debía interesarse por el hombre completo. En una primera etapa fijó su mirada en los seres humanos, pero comprendidos individualmente: la teología –en especial la teología moral- consideró que debía ocuparse de los individuos sin atender a sus relaciones sociales pues la sociedad era comprendida como un derivado de los individuos. El paso de lo individual a lo social fue bastante traumático: la aparición de la Doctrina Social de la Iglesia produjo severas reacciones. ¿Qué tiene que ver el Evangelio -objetaban algunos- con las estructuras sociales? En nuestro ambiente chileno, en los años 40 del siglo XX, el padre Hurtado insistía: ¡No se pueden buscar soluciones individuales a problemas que son sociales». Sabemos la resistencia que provocó al interior de la misma Iglesia Católica. La nueva encíclica, en cambio, habla no sólo del ser humano completo, considerado en sus relaciones sociales, sino también comprendido en su vinculación con toda la creación. Tal como sucedió con los temas económicos de la Doctrina Social de la Iglesia, algunas voces objetan que la ecología no es un ámbito de competencia de la enseñanza de la Iglesia, pero, en continuidad con sus predecesores,

el Papa Francisco publicó esta nueva encíclica sobre el cuidado de la casa común, porque todo está conectado. (más…)

Clara Mi Hermana

Ya contaba con varios compañeros y esperábamos a otros muchos, pero… faltaban las compañeras.

¿Es que había ideales únicamente para hombres?

Yo-FranciscoPor otra parte, era más que evidente que los ideales que íbamos descubriendo y viviendo, los sabían vivir las mujeres mucho mejor que nosotros, tan groseros y violentos.

Sobre la no violencia, sobre el amor al pobre, sobre la elección del último lugar eran verdaderas maestras. Lo sabíamos de sobra.

Todos teníamos recuerdos del pasado: hermanas en la familia, compañeras de juego, enamoramientos juveniles.

Cuántos sueños en todos, especialmente en mí que había debutado precisamente como cantor y juglar.

La ?gura de la mujer había entrado en nosotros, hijos de esta maravillosa tierra umbra, como dulzura, bondad y delicadeza.

¿Quién no había soñado con los ideales de la caballería?, ¿quién no había cantado en las ?estas de primeros de mayo por los Campos ?oridos de Asís?

Yo, Francisco, tenía muchos recuerdos de la mujer; recuerdos todos muy bellos y queridos, pero sobre todo una no se apartaba de mi memoria: Clara.

Clara era hija de Ortolana, mujer de la noble familia de los Offreduzzi.

Tenía dos hermanas, Catalina y Beatriz, y vivían en un palacio que parecía más bien una fortaleza en la plaza de San Ru?no.

No la había visto muchas veces, pero sí las su?cientes, porque se podía aproximar y alejar de mi horizonte como un sueño maravilloso.

De ella me habían impresionado sus largos cabellos, de color rubio dorado, y sus ojos volitivos.

Creo que ella también me conocía. En Asís, más o menos nos conocíamos todos, por muchas celosías que hubiera; y cuando me convertí al Señor Jesús y empecé a llevar el Evangelio en el corazón, me enteré de que pensaba en mí con insistencia y me buscaba en demanda de ayuda.

Ella había sido siempre buena y no había tenido mi pasado inquieto pero me comprendía y me buscaba.

Aunque los tiempos no fueran fáciles para los encuentros serenos y claros entre un joven y una joven, nadie habría podido evitar nuestro encuentro.

Y el encuentro llegó…

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 Pentecostés, La Venida del Espíritu Santo.

Homilía del Papa Francisco en Pentecostés.

Queridos hermanos y hermanas:

PentostesEn este día, contemplamos y revivimos en la liturgia la efusión del Espíritu Santo que Cristo resucitado derramó sobre la Iglesia, un acontecimiento de gracia que ha desbordado el cenáculo de Jerusalén para difundirse por todo el mundo.

Pero, ¿qué sucedió en aquel día tan lejano a nosotros, y sin embargo, tan cercano, que llega adentro de nuestro corazón? San Lucas nos da la respuesta en el texto de los Hechos de los Apóstoles que hemos escuchado (2,1-11). El evangelista nos lleva hasta Jerusalén, al piso superior de la casa donde están reunidos los Apóstoles. El primer elemento que nos llama la atención es el estruendo que de repente vino del cielo, «como de viento que sopla fuertemente», y llenó toda la casa; luego, las «lenguas como llamaradas», que se dividían y se posaban encima de cada uno de los Apóstoles. Estruendo y lenguas de fuego son signos claros y concretos que tocan a los Apóstoles, no sólo exteriormente, sino también en su interior: en su mente y en su corazón. Como consecuencia, «se llenaron todos de Espíritu Santo», que desencadenó su fuerza irresistible, con resultados llamativos: «Empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse». Asistimos, entonces, a una situación totalmente sorprendente: una multitud se congrega y queda admirada porque cada uno oye hablar a los Apóstoles en su propia lengua. Todos experimentan algo nuevo, que nunca había sucedido: «Los oímos hablar en nuestra lengua nativa». ¿Y de qué hablaban? «De las grandezas de Dios».

A la luz de este texto de los Hechos de los Apóstoles, deseo reflexionar sobre tres palabras relacionadas con la acción del Espíritu: novedad, armonía, misión.

  1. La novedad nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos, planificamos nuestra vida, según nuestros esquemas, seguridades, gustos. Y esto nos sucede también con Dios. Con frecuencia lo seguimos, lo acogemos, pero hasta un cierto punto; nos resulta difícil abandonarnos a Él con total confianza, dejando que el Espíritu Santo anime, guíe nuestra vida, en todas las decisiones; tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, nos saque de nuestros horizontes con frecuencia limitados, cerrados, egoístas, para abrirnos a los suyos. Pero, en toda la historia de la salvación, cuando Dios se revela, aparece su novedad – Dios ofrece siempre novedad -, trasforma y pide confianza total en Él: Noé, del que todos se ríen, construye un arca y se salva; Abrahán abandona su tierra, aferrado únicamente a una promesa; Moisés se enfrenta al poder del faraón y conduce al pueblo a la libertad; los Apóstoles, de temerosos y encerrados en el cenáculo, salen con valentía para anunciar el Evangelio. No es la novedad por la novedad, la búsqueda de lo nuevo para salir del aburrimiento, como sucede con frecuencia en nuestro tiempo. La novedad que Dios trae a nuestra vida es lo que verdaderamente nos realiza, lo que nos da la verdadera alegría, la verdadera serenidad, porque Dios nos ama y siempre quiere nuestro bien. Preguntémonos hoy: ¿Estamos abiertos a las “sorpresas de Dios”? ¿O nos encerramos, con miedo, a la novedad del Espíritu Santo? ¿Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido la capacidad de respuesta? Nos hará bien hacernos estas preguntas durante toda la jornada.
  1. Una segunda idea: el Espíritu Santo, aparentemente, crea desorden en el Iglesia, porque produce diversidad de carismas, de dones; sin embargo, bajo su acción, todo esto es una gran riqueza, porque el Espíritu Santo es el Espíritu de unidad, que no significa uniformidad, sino reconducir todo a la armonía. En la Iglesia, la armonía la hace el Espíritu Santo. Un Padre de la Iglesia tiene una expresión que me gusta mucho: el Espíritu Santo “ipse harmonia est”. Él es precisamente la armonía. Sólo Él puede suscitar la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la unidad. En cambio, cuando somos nosotros los que pretendemos la diversidad y nos encerramos en nuestros particularismos, en nuestros exclusivismos, provocamos la división; y cuando somos nosotros los que queremos construir la unidad con nuestros planes humanos, terminamos por imponer la uniformidad, la homologación. Si, por el contrario, nos dejamos guiar por el Espíritu, la riqueza, la variedad, la diversidad nunca provocan conflicto, porque Él nos impulsa a vivir la variedad en la comunión de la Iglesia. Caminar juntos en la Iglesia, guiados por los Pastores, que tienen un especial carisma y ministerio, es signo de la acción del Espíritu Santo; la eclesialidad es una característica fundamental para los cristianos, para cada comunidad, para todo movimiento. La Iglesia es quien me trae a Cristo y me lleva a Cristo; los caminos paralelos son muy peligrosos. Cuando nos aventuramos a ir más allá (proagon) de la doctrina y de la Comunidad eclesial – dice el Apóstol Juan en la segunda lectura – y no permanecemos en ellas, no estamos unidos al Dios de Jesucristo (cf. 2Jn 1,9). Así, pues, preguntémonos: ¿Estoy abierto a la armonía del Espíritu Santo, superando todo exclusivismo? ¿Me dejo guiar por Él viviendo en la Iglesia y con la Iglesia?
  1. El último punto. Los teólogos antiguos decían: el alma es una especie de barca de vela; el Espíritu Santo es el viento que sopla la vela para hacerla avanzar; la fuerza y el ímpetu del viento son los dones del Espíritu. Sin su fuerza, sin su gracia, no iríamos adelante. El Espíritu Santo nos introduce en el misterio del Dios vivo, y nos salvaguarda del peligro de una Iglesia gnóstica y de una Iglesia autorreferencial, cerrada en su recinto; nos impulsa a abrir las puertas para salir, para anunciar y dar testimonio de la bondad del Evangelio, para comunicar el gozo de la fe, del encuentro con Cristo. El Espíritu Santo es el alma de la misión. Lo que sucedió en Jerusalén hace casi dos mil años no es un hecho lejano, es algo que llega hasta nosotros, que cada uno de nosotros podemos experimentar. El Pentecostés del cenáculo de Jerusalén es el inicio, un inicio que se prolonga. El Espíritu Santo es el don por excelencia de Cristo resucitado a sus Apóstoles, pero Él quiere que llegue a todos. Jesús, como hemos escuchado en el Evangelio, dice: «Yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros» (Jn 14,16). Es el Espíritu Paráclito, el «Consolador», que da el valor para recorrer los caminos del mundo llevando el Evangelio. El Espíritu Santo nos muestra el horizonte y nos impulsa a las periferias existenciales para anunciar la vida de Jesucristo. Preguntémonos si tenemos la tendencia a cerrarnos en nosotros mismos, en nuestro grupo, o si dejamos que el Espíritu Santo nos conduzca a la misión. Recordemos hoy estas tres palabras: novedad, armonía, misión.

 Otoño, tiempo de soltar….

otoño 560El otoño, tiempo de limpieza, nos invita a desprendernos de lo viejo, de lo que no nos sirve. Es un tiempo para dejar espacio..  tiempo de soltar, de dejar caer… como los arboles dejan caer sus hojas viejas que ya no les sirven.

Es un tiempo de conectar y liberar para permitirnos expresar lo que somos, para SER… en libertad.

(Tomado de La Buhardilla de Yiyi. Editado por Fondacio.)

En el mes de mayo inicié un proceso de limpieza de mi closet, comencé desde la parte más alta, pasando por el fondo más oscuro, a ese que nunca llego. Tiraba  las cajas, paquetes, bolsas, las llevaba a la luz, las abría y exploraba en ellas…

Eran “cosas” que se guardaban por si algún día… las íbamos a necesitar, porque son “útiles”, pero “pasaron de moda”…Había sábanas de las cunas de mis hijos que por los efectos del tiempo y la humedad ya no tenían ni siquiera el aspecto de aquella bella época de bebe.  Habían radiografías mías y de mi marido de una data de diez años!

Había una caja con recuerdos de mi adolescencia… cartas, souvenirs, tarjetas de cumpleaños que ya ni recordaba cuándo y quién me las había regalado!

Entonces…  ¿qué hacer con todo aquello que estaba perdido en el fondo del closet entre el polvo, la humendad y el tiempo del olvido?

Primero, fui tomando con amor en mis manos cada elemento acumulado del pasado histórico familiar, personal y matrimonial, lo sentía, regresaba a aquel momento cuando había sido importante, útil y nuevo y lograba disfrutar como fue en aquel entonces.

Luego lo bendecía y agradecía por el servicio prestado para mi aprendizaje…

Finalmente, lo soltaba para decirle definitivamente…

Chauuuuuuu,  adiós….

A  Dios, ¡sí!, lo entregaba  en las ¡mejores manos!, en las manos de Dios. Y si alguien más pudiera beneficiarse de ese objeto, El me lo indicaría a través de su amor ilimitado para dejarlo en el lugar indicado.  De esta forma fui repasando todos los sectores del departamento.

Luego pedí a mi hijo y mi marido que hicieran parecido … encargándose ellos mismos de soltar lo “viejo” y dejar espacios libres para lo nuevo en sus vidas. Al observarlos contemplé el sagrado espacio personal de saber lo que puedo y quiero soltar y el momento para hacerlo, así como también, mi oportunidad de respetar esa decisión. Observé también el dolor que surgía frente a la posibilidad de desprenderse de ciertas cosas, pues aún permanecían en sus vidas, esperando el mejor momento para partir. (más…)

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El Grano de Trigo

 

Tomado de www.mensaje.cl , del 23/3/2015

 

Si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida, la salvará (Juan 12:24).

La gente vive apegada a sus cosas. La necesidad creada es el motor de la sociedad contemporánea. Al menos, para aquel treinta por ciento que participa de ella. Hay una tremenda tarea pendiente para todo cristiano, la de encontrar un lugar en la mesa para la vasta mayoría que vive desposeída, marginada y olvidada; los que viven, en verdad con menos de lo necesario.

Un primer paso, el desapego. Los apegos, los que san Ignacio llamaba los afectos desordenados, son el mayor obstáculo para la libertad. Enceguecen. La falsa ilusión de necesidad determina las opciones. La gente hace, con su vida, lo que tiene que hacer para obtener, mantener y asegurar las cosas que cree tan necesarias. Vivimos en la época del consumo.

Los participantes de esta gran estafa se creen libres, porque pueden ganar y gastar. Se creen ricos, porque pueden endeudarse para acumular chatarra. Al contrario, son esclavos del faraón moderno. Trabajan como animales para erigir monumentos a sus opresores. Son recompensados con miles de productos nocivos que hacen girar grandes cuentas bancarias. Viven ansiosos para acumular más cosas; angustiados pensando que las pueden perder.

Mira por tu ventana. Tarde o temprano, todo eso va a quedar en ruinas. El delirio de urgente necesidad es mentira. La obligatoria ansiedad por tener y consumir es el látigo del capataz. Se trabaja de balde. El esfuerzo humano por salvarse mediante la acumulación de bienes es todo en vano. Confiamos en las normas y los procedimientos, creyendo que nos van a salvar, pero son parte del régimen. Somos esclavos. Podríamos quedar libres.

Las cosas que tanto nos urgen no importan mucho. Ni riqueza, ni pobreza; ni honor, ni deshonor; ni salud, ni enfermedad; ni vida larga, ni vida corta. La paradoja de la salvación es que la vida plena se alcanza sólo cuando todo se pierde. El enigma es que se logra la libertad, no en la satisfacción de los apegos, sino en la superación de ellos. El misterio del amor profundo es que nace cuando muere el deseo disperso.

La televisión homenajea la intensidad apasionada de los peores. Los íconos del nuestro éxito son capaces de grandes crueldades para asegurar lo suyo. Se forma a los niños desde pequeños para competir y merecer, para desear los triunfos efímeros. Es como invitarlos a hacerse adictos de una droga mortal, la misma que atormenta a todos. Los formamos para hacer de esta vida un infierno competitivo, despiadado y brutal.

La religión muchas veces cae en el juego. Viene al rescate con la promesa de vida eterna después de la muerte, para quienes, tranquilamente apegados a las ilusiones más destructivas de nuestro tiempo, pierden sus vidas en el presente.

Colamos las moscas y nos tragamos los camellos. Desviamos la atención a los pecaditos personales, para no ver el gran apego que esclaviza. Se idolatra el control, como si por ahí viniera la salvación. Los fieles inútilmente intentan manipular los objetos de sus apegos, a veces, mediante grandes sacrificios, sin jamás cuestionarlos. Así es su religión. (más…)

El Sentido del Sufrimiento… Viviendo la Cuaresma

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Extracto tomado del boletín «Iglesia en misión» del Arzobispado de Santiago.

 

 

 

 

 

 

 

«El que no ha sufrido no sabe nada”…

El sufrimiento, el dolor son realidades que cada vez más chocan con nuestra vida, con impactos que generan crisis, depresiones, rechazo.   Por eso la tendencia es evitar los sufrimientos, porque no tienen sentido.  Para qué sufrir.  En este artículo el padre Marek Burzawa MSF (Misionero de la Sagrada Familia), vicario de la Zona Centro, nos ofrece luces importantes para asumir estas realidades desde la fe cristiana, especialmente en este tiempo de cuaresma.

Sabemos que el sufrimiento forma parte de la existencia humana.  Todos los seres humanos, de una u otra manera, en nuestra vida, conocimos el sufrimiento.  Quien dice que nunca ha sufrido es un mentiroso, porque el sufrimiento hace parte de nuestra vida.  Un escritor y teólogo francés  del siglo XVII-XVIII, Fénelon (1651-1715), dice que “el que no ha sufrido no sabe nada; no conoce ni el bien ni el mal; ni conoce a los hombres ni se conoce a sí mismo”.

A nadie le gusta sufrir, y lógicamente, tratamos de limitar el sufrimiento, luchar contra él, pero no podemos suprimirlo.  El Papa Benedicto XVI, en su encíclica “SPE SALVI”, dice: “Cuando los hombres, intentando evitar toda dolencia, tratan de alejarse de todo lo que podría significar aflicción, cuando quieren ahorrarse la fatiga y el dolor de la verdad, del amor y del bien, caen en una vida vacía en la que quizás ya no existe el dolor, pero en la que la oscura sensación de la falta de sentido y de la soledad es mucho  mayor aún.  Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito” (SS,nº37).

Gracias al sufrimiento, podemos descubrir mejor lo que es realmente la vida y ese conocimiento y esa sabiduría de la vida,  acrisolada y madurada en nuestro dolor, podemos transmitirla a otras personas.  A través del sufrimiento, podemos ser testigos del Señor.  El Papa San Juan Pablo II, dirigiéndose a los enfermos, les decía: “les doy las gracias por esta “predicación” que vosotros nos hacéis mediante el dolor que soportáis pacientemente. Esa predicación no la puede sustituir púlpito alguno, ninguna escuela, ninguna lección.  Con vuestro dolor podéis afianzar a las almas vacilantes, volver a llamar al camino recto a las descarriadas, devolver serenidad y confianza a las dudosas y angustiadas.  Vuestros sufrimientos, si son aceptados y ofrecidos generosamente en unión de los del Crucificado, pueden dar una aportación de primer orden en la lucha por la victoria del bien sobre las fuerzas del mal, que de tantos modos acechan a la humanidad contemporánea”.

El tiempo de cuaresma que estamos viviendo, es un tiempo privilegiado para redescubrir el sentido más profundo del sufrimiento y poner nuestra mirada en la persona de nuestro Salvador Jesucristo.  Él ha venido como samaritano bueno y compasivo que se inclina amorosamente sobre las llagas del hombre.  Es el Médico que ha dado una nueva dignidad y la garantía de una vida perenne también al cuerpo humano, para una existencia sin más lágrimas y sufrimientos.