Por ser mes de la solidaridad, les compartimos, en colaboración con la Fundación Padre Hurtado, el texto “Vive contento” escrito por el Padre Alberto Hurtado en su libro «Humanismo Social».

«Hay algo que todos queremos unánimemente en todo el mundo: santos y pecadores, paganos y cristianos, grandes y chicos. Todos convenimos en una aspiración: la alegría; todos queremos ser felices.

Por eso, quien ha conseguido la felicidad ejerce una influencia inmensa, un poder de atracción enorme. Todos lo admiran, lo envidian, buscan su compañía, se sienten bien junto a él. En cambio, un hombre por más virtuoso que sea, si vive melancólico merecerá que se diga: Un santo triste, es un triste santo. Si vive lamentándose de todo, del tiempo, de las costumbres, de los hombres…, los hombres terminarán por alejarse de él, pues el corazón humano busca la alegría, lo positivo, el amor.

Y ¿cómo conseguir esa actitud de alegría que hay que tener en sí antes de poder comunicarla a los demás? Es necesario comenzar por salir del ambiente enfermizo de preocupaciones egoístas. Hay gente que vive triste y atormentada por recuerdos del pasado, por lo que los demás piensan de él en el presente, por lo que podrá ocurrirle en el porvenir. Viven encerrados en sí mismos y, claro está, no pueden salir. Cada idea que les viene a la mente parece hundirlos más en su pesimismo. Se parecen al que se hunde en el barro que mientras forcejea solo por salir, se hundirá más y más. Necesita tomarse de una fuerza extraña, distinta, para poder salir. Que se olviden, pues, de sí y se preocupen de los demás, de hacerles algún bien, de servirlos y los fantasmas grises irán desapareciendo. La felicidad no depende de fuera, sino de dentro.

No es lo que tenemos, ni lo que tememos, lo que nos hace felices o infelices. Es lo que pensamos de la vida. Dos personas pueden estar en el mismo sitio, haciendo lo mismo, poseyendo igual, y, con todo, sus sentimientos pueden ser profundamente diferentes.

Más aún: en los lazaretos, en los hospitales del cáncer se encuentran almas inmensamente más felices que en medio de las riquezas y en plenitud de fuerzas corporales. Una leprosa a punto de morir ciega, deshechos sus miembros por la enfermedad, escribía: “La luz me robó a mis ojos. A mi niñez su techo, mas no robó a mi pecho, la dicha ni el amor”.

La alegría no depende de fuera, sino de dentro. El católico que medita su fe, nunca puede estar triste. ¿El pasado? Pertenece a la misericordia de Dios. ¿El presente? A su buena voluntad ayudada por la gracia abundante de Cristo. ¿El porvenir? Al inmenso amor de su Padre celestial.

Quienquiera ayudarse también de medios naturales comience por no dejarse tomar por una actitud de tristeza. Sonría aunque no quiera; y si ni eso puede, tómese los cachetes y haga el paréntesis de la sonrisa.

No basta sonreír para vivir contentos nosotros. Es necesario que creemos un clima de alegría en torno nuestro. Nuestra sonrisa franca, acogedora será también de un inmenso valor para los demás.

¿Sabes el valor de una sonrisa? No cuesta nada pero vale mucho. Enriquece al que la recibe, sin empobrecer al que la da. Se realiza en un instante y su memoria perdura para siempre. Nadie es tan rico que pueda prescindir de ella, ni tan pobre que no pueda darla. Crea alegría en casa; fomenta buena voluntad y es la marca de la amistad. Es descanso para el aburrido, aliento para el descorazonado, sol para el triste y recuerdo para el turbado. Y, con todo, no puede ser comprada, mendigada, robada, porque no existe hasta que se da. Y en el último momento de compras el vendedor está tan cansado que no puede sonreír ¿quieres tú darle una sonrisa? Porque nadie necesita tanto una sonrisa, como los que no tienen una para dar a los demás.»

Por ser mes de la solidaridad, les compartimos, en colaboración con la Fundación Padre Hurtado, el texto «Darse, una manera cristiana de trabajar» escrito por el Padre Alberto Hurtado en París en noviembre de 1947.

«Comienza por darte. El que se da, crece. Pero no hay que darse a cualquiera, ni por cualquier motivo, sino a lo que vale verdaderamente la pena: al pobre en la desgracia, a esa población en la miseria, a la clase explotada; a la verdad; a la justicia; a la ascensión de la humanidad, a toda causa grande, al bien común de su nación, de su grupo, de toda la humanidad; a Cristo que recapitula estas causas en sí mismo, que las contiene, que las purifica, que las eleva; a la Iglesia, mensajera de la luz, dadora de vida, libertadora; a Dios, a Dios en plenitud, sin reserva, porque es el bien supremo de la persona, y el supremo Bien Común.

Cada vez que me doy así, recortando de mi haber, sacrificando de lo mío, olvidándome de mí, yo adquiero más valor, me hago un ser más pleno, me enriquezco con lo mejor que embellece el mundo; yo lo completo, y lo oriento hacia su destino más bello, su máximo valor, su plenitud de ser.

Mirar en grande, querer en grande, pensar en grande, realizar en grande. En los combates de hoy, todo se trata a la escala del hombre y a la escala del mundo. No cuidarse de hacer carrera, sino de llenar su vida en plenitud. Ejercitar mi esfuerzo en los sectores disponibles. Tomar lo que no ha sido realizado. Se trata de servir. No se trata de recorrer solo una pista. Se trata de construir para uso de muchos un largo camino.

Con frecuencia se enseña a los hombres a no hacer, a no comprometerse, a no aventurarse. Es precisamente al revés de la vida. Cada uno dispone, según su salud, su temperamento, sus ocupaciones, sólo de un cierto potencial de combate. No despreciarlo en escaramuzas.

Hay que embarcarse. No se sabe qué barcos encontraré en el camino, qué tempestades ocurrirán… Una vez tomadas las precauciones, ¡embarcarse! Amar el combate, considerarlo como normal. No extrañarse, aceptarlo, mostrarse valiente, no perder el dominio de sí; jamás faltar a la verdad y a la justicia. Las armas del cristianismo no son las armas del mundo. Amar el combate, no por sí mismo, sino por amor del bien, por amor de los hermanos que hay que librar.

Hay que perseverar. Muchos quedan gastados después de las primeras batallas. Nunca está uno solo ni en las horas de mayor soledad. Cuando se afirma la verdad, se quiere el bien, cuando se combate por la justicia, se hace uno de numerosos enemigos, pero adquiere también numerosos amigos. Otros a nuestro lado aman la verdad, el bien, la justicia.

El fracaso construye. Alegría, paz, viva la pena… y ¡viva siempre viva! Así es la vida… ¡y la vida es bella! No armar alharaca. No gritar. No irritarse. No dejar de reírse, y dar ánimo a los demás. Continuar siempre. No se hace nada en un mes. Al cabo de diez años es enorme lo hecho. Cada gota cuenta.

Darme sin contar, sin trampear, en plenitud, a Dios y a mis hermanos y Dios me tomará bajo su protección. Él me tomará y pasaré indemne en medio de innumerables dificultades. Él me conducirá a su trabajo, al que cuenta. Él se encargará de pulirme, de perfeccionarme y me pondrá en contacto con los que lo buscan y a los cuales Él mismo anima. Cuando Él lo tiene a uno, no lo suelta fácilmente.»

En la segunda Mesa Redonda, el 7 de julio de 2017, tuvimos la suerte de contar con la presencia de la antropóloga chilena Patricia May. En la oportunidad, hizo un discurso sobre el individuo en búsqueda de la felicidad y del ego como obstáculo,  particularmente en las empresas, dado que el público era mayoritariamente del mundo empresarial. A continuación les compartimos un texto de Patricia May, que tomamos del sitio web http://vivoenarmonia.cl, en torno a este mismo tema.

 

“Es falso que la felicidad se encuentre en las posesiones materiales, o en la escalada por el éxito, o en llegar más lejos que los demás, o en ser el mejor, o en la apariencia, o el éxito económico, o en la comodidad, o en los panoramas, viajes, en el prestigio intelectual, o académico o funcionario.

Uno de los grandes dramas humanos es la búsqueda de la felicidad sobre falsos caminos y falsas bases. Buscando la felicidad como algo exterior, dependiente de ciertas circunstancias y situaciones sólo encontramos el camino hacia la constante aflicción interior en estados de ansiedad, tensión, angustia, preocupación.

Las metas deseables a realizar, el camino que le trazamos a los niños y jóvenes son ilusorios, pues no conducen a la plenitud personal: alcanzar una posición económica, prestigio, comodidad, como propósitos centrales en la vida sólo implicara estar permanentemente en el parecer, en el esfuerzo agotador. Es falso que encontraremos la felicidad en cualquier cosa que sea exterior, pues la plenitud es un estado interior de realización y coherencia con nuestra Esencia, que resulta de entrar en contacto con la fuerza vital de nuestro Ser, con el entusiasmo que nos lleva a apasionarnos y entregarnos naturalmente a algún propósito, sea este la música, el deporte, el conocimiento, el servicio. Desde donde me siento inspirado para dar lo mejor de mí al medio. La felicidad es el estado natural de nuestro Ser, allí está como un sol irradiante, esperando.

Educamos a los niños guiándolos hacia metas falsas, les enseñamos a reprimir su vocación, a poner el objetivo de sus vidas en metas exteriores, a enterrar su natural capacidad de vibrar con el aprender, o hacer. Las universidades suelen ser lugares donde los egos competitivos se exacerban, donde los jóvenes agobiados por aprobar y no ser expulsados pierden el entusiasmo inicial en su área de estudio. El campo laboral se transforma en una feroz batalla por competir, aplastar, sobresalir, ganar.

La felicidad brota como un estado natural cuando nos encontramos con nuestra íntima verdad, donde la bondad, el amor, la creatividad surgen de un espacio interior de paz.
Solemos pensar que las personas en situación de pobreza son quienes carecen de bienes, pero hay una miseria mucho peor, aquella de quienes viven presionados, enmascarados, recubiertos, ansiosos y agotados, tanto que perdieron el contacto con la capacidad de amar, de vibrar con la vida, de aceptar y agradecer cada momento, allí está la verdadera miseria de nuestros tiempos.”

Todos sabemos que este año se conmemora los 500 años de la  Reforma de Martín Lutero, fraile agustino que en 1517 publicó sus 95 tesis que cuestionaban, entre otros,  la venta de indulgencias por parte de la curia de Iglesia Católica de ese entonces. El lamentable desenlace que tuvo esta pugna en su momento nos hace reflexionar hoy sobre la tolerancia y el diálogo que deben siempre prevalecer especialmente entre quienes nos proponemos seguir el evangelio de Cristo.

Pero ¿quién fue Martín Lutero y cómo su conciencia religiosa le llevó a liderar esta Reforma? leamos algunos párrafos tomados del sitio web web de la Congregación evengélica lúterana La Reconciliación de Santiago de Chile.

«Lutero nació 1483 en Eisleben (Alemania) en una familia de una clase media. Su padre que trabajaba en la minería le mandó a estudiar derecho en Erfurt. Entró al convento de los Agustinos en Erfurt en el 17 de julio 1505 contra la voluntad de su padre. Este convento era conocido por ser muy estricto. Lutero se preguntaba por el aspecto misericordioso de Dios frente al ser humano.

En 1507 fue consagrado como sacerdote y celebró su primera misa. Un año después partió a estudiar teología en Wittenberg. Ahí conoció el decano de la facultad de teología Johann Staupitz que se convirtió en su padre espiritual y confesor. Él le hizo descubrir a un Dios misericordioso que quiere salvar los humanos por su hijo Jesucristo.

En los  años 1510 y 1511 viajó a Roma por asunto de su orden. Ahí obtuvo una impresión negativa de la ciudad, de la iglesia católica y de la curia. Roma le pareció una ciudad de pecadores y de grandes negocios.

De vuelta en Wittenberg comenzó a predicar e inicia un doctorado. Todo su vida fue un predicador apasionado deseoso de llevar el evangelio de Cristo en la vida cotidiana de la gente de su época. En 1512 obtuvo la cátedra de exégesis de la Biblia en Wittenberg que conservaría el resto de su vida. Aquí pudo empezar a desarrollar y profundizar sus ideas teológicas. La más importante: La Biblia habla de un Dios que a través de su hijo Jesucristo  se muestra misericordioso y por eso el hombre no necesita hacer mérito alguno para obtener esa misericordia.

Observando cómo la iglesia explotaba el miedo de las personas al “infierno” luego de la muerte a través de la venta de indulgencias, en el año 1517 Lutero escribió los 95 tesis al responsable en su región el Duque de Mainz para pedir detener su venta. En poco tiempo los tesis fueron conocidas en todo el territorio de habla alemana gracias a la rápida difusión por la imprenta y Lutero se volvió famoso.

Roma le pidió que revocara sus criticas pero por el contrario Lutero aclaró que los méritos de Cristo y de los santos no son comparables con el tesoro de la iglesia que permite indulgencias y solo la fe en la palabra de Dios y no los sacramentos causan la justificación ante Dios. También negó que el papa y los concilios fueran las únicas autoridades superiores que interpretan la Biblia correctamente. El Papa y los concilios podían equivocarse.

En 1520 escribió sus textos más famosos en los cuales explica las ideas reformadoras y critica el estado de la iglesia romana: “De la libertad al cristianismo”, “Del Cautiverio Babilónico de la Iglesia” y “A la Nobleza Cristiana de la Nación Alemana”. Ese mismo año el Papa envió la bula para su excomunión. Los escritos de Lutero fueron quemados públicamente en ciudades alemanas. Lutero reaccionó quemando también él la bula en Wittenberg. En 1525 se casó con la ex monja Katharina von Bora.

Con el tiempo nuevos conflictos religiosos se producirían a raíz de la contra-reforma surgida al interior de la iglesia católica y del surgimiento de nuevas ideas más radicales al interior del Luteranismo propuestas por Ulrich Zwingli y Jean Calvin.

Lutero quien sufría de alguna enfermedad relacionada probablemente con los riñones no sobrevivió a todos estos cambios. Por coincidencia estando en su ciudad natal falleció en Febrero de 1546. Esta sepultado en la Iglesia de Wittenberg.

Mas información pueden obtenerla en http://lareconciliacion.cl/de/quien-era-martin-lutero/

de Mario de Andrade

 

Conté mis años y descubrí, que tengo menos tiempo para vivir de aquí en adelante, que el que viví hasta ahora…

Me siento como aquel niño que ganó un paquete de dulces: los primeros los comió con agrado, pero, cuando percibió que quedaban pocos, comenzó a saborearlos profundamente.

Ya no tengo tiempo para reuniones interminables, donde se discuten estatutos, normas, procedimientos y reglamentos internos, sabiendo que no se va a lograr nada.

Ya no tengo tiempo para soportar a personas absurdas que, a pesar de su edad cronológica, no han crecido.

Ya no tengo tiempo para lidiar con mediocridades.

No quiero estar en reuniones donde desfilan egos inflados.

No tolero a manipuladores y oportunistas.

Me molestan los envidiosos, que tratan de desacreditar a los más capaces, para apropiarse de sus lugares, talentos y logros.

Las personas no discuten contenidos, apenas los títulos.
Mi tiempo es escaso como para discutir títulos.

Quiero la esencia, mi alma tiene prisa…

Sin muchos dulces en el paquete…

Quiero vivir al lado de gente humana, muy humana.
Que sepa reír de sus errores.
Que no se envanezca con sus triunfos.
Que no se considere electa antes de hora.
Que no huya de sus responsabilidades.
Que defienda la dignidad humana.
Y que desee tan sólo andar del lado de la verdad y la honradez.

Lo esencial es lo que hace que la vida valga la pena.

Quiero rodearme de gente que sepa tocar el corazón de las personas…
Gente a quien los golpes duros de la vida le enseñó a crecer con toques suaves en el alma.

Sí… tengo prisa… por vivir con la intensidad que sólo la madurez puede dar.

Pretendo no desperdiciar parte alguna de los dulces que me quedan…
Estoy seguro que serán más exquisitos que los que hasta ahora he comido.

Mi meta es llegar al final satisfecho y en paz con mis seres queridos y con mi conciencia.
Tenemos dos vidas y la segunda comienza cuando te das cuenta que sólo tienes una.