La Gracia de la Intimidad Mariana

Ciertas almas reciben una vida de unión con María por una gracia especial; a propósito de esta gracia, Neubert, ha reunido varios testimonios muy significativos.

virgenEl P. Chaminade, fundador de los marianistas, escribió: Existe un don de presencia habitual de la Santísima Virgen, como existe un don de presencia habitual de Dios, muy raro, es cierto, pero accesible, sin embargo, por una gran fidelidad. Como explica Neubert, se trata de la unión mística normal y habitual con María.

El venerable L. Cestac. que también tuvo este don decía: No la veo, pero la siento como el caballo siente la mano del jinete que la guía. 

María de Santa Teresa dice también: Esta dulce madre me ha tomado bajo su maternal dirección, igual que la maestra lleva la mano del niño para enseñarle a escribir. Permanece casi sin interrupción ante mi alma, atrayéndome de una manera maravillosamente amable y maternal, sonriéndome, estimulándome, conduciéndome e instruyéndome en el camino del espíritu y en la práctica de la perfección de las virtudes, de suerte que no pierdo un solo instante el gusto de su presencia al lado de la de Dios.

Produce la vida divina por un influjo perceptible de gracias operantes, atentas, fortificantes y solicitantes. La naturaleza del amor estriba en unirse al objeto amado. En este sentido, el amor muy tierno, violento, que abrasa y unifica, conduce el alma que ama a María a vivir con Ella, a fundirse con Ella, a unirse con Ella y conlleva a otros efectos y transformaciones. Así sucedió durante gran parte de la vida de esta sierva de Dios.

Dicen ciertas almas de gran intimidad mariana: Nunca he experimentado la presencia de María en mí, pero sí una presencia muy próxima, lo más próxima posible; y una gran alegría de saberla feliz. Hemos conocido a un santo cartujo que decia: Yo sufro, pero Ella es dichosa.

En un bellísimo articulo ya citado, dice Nicolás, O. P., hablando de un santo religioso, Vayssière: María era el medio universal, la atmósfera misma de su vida espiritual. Ese estado de desprendimiento y de total y purísima unión con Dios, en quien vivía era Ella quien lo creaba en él, quien lo mantenía y quien lo había querido. La Santísima Virgen lo ha hecho todo. Le debo todo, decía a menudo. María había sido la Madre que le exigía el sentimiento de su pequeñez, la dulzura suprema en lo más profundo de su renunciamiento, la fecundidad de su soledad y la inspiradora de su oración. No era consciente de ninguna de las gracias de Dios sin ser consciente, al mismo tiempo tiempo, de la vía por la que éstas le llegaban. No todos los santos se sitúan así en el corazón de la Santísima Virgen como en el centro de su vida espiritual. Para llegar a ello hace falta una luz, una revelación de la Santísima Virgen, que presupone una elección por su parte. Es Ella, decía, quien nos forma. El camino de fidelidad es filial a María consiste en revivir la misma vida de Jesús en Nazaret. El P. Vayssière también decía: Mientras más pequeño se hace uno, mas unido a su madre cuanto más débil y pequeño es … En el Plano divino, la perfección de la vida en María.

Comprendemos aquí las relaciones profundas de la mariología y la vida interior, verdad elemental para todo cristiano; cuando se las escruta y se las pone en práctica.

Texto tomado del libro «La Madre del Salvador» de R. Garrigou-Lagrance editorial «Patmos»
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