Yo Francicso

Clara Mi Hermana

Ya contaba con varios compañeros y esperábamos a otros muchos, pero… faltaban las compañeras.

¿Es que había ideales únicamente para hombres?

Yo-FranciscoPor otra parte, era más que evidente que los ideales que íbamos descubriendo y viviendo, los sabían vivir las mujeres mucho mejor que nosotros, tan groseros y violentos.

Sobre la no violencia, sobre el amor al pobre, sobre la elección del último lugar eran verdaderas maestras. Lo sabíamos de sobra.

Todos teníamos recuerdos del pasado: hermanas en la familia, compañeras de juego, enamoramientos juveniles.

Cuántos sueños en todos, especialmente en mí que había debutado precisamente como cantor y juglar.

La ?gura de la mujer había entrado en nosotros, hijos de esta maravillosa tierra umbra, como dulzura, bondad y delicadeza.

¿Quién no había soñado con los ideales de la caballería?, ¿quién no había cantado en las ?estas de primeros de mayo por los Campos ?oridos de Asís?

Yo, Francisco, tenía muchos recuerdos de la mujer; recuerdos todos muy bellos y queridos, pero sobre todo una no se apartaba de mi memoria: Clara.

Clara era hija de Ortolana, mujer de la noble familia de los Offreduzzi.

Tenía dos hermanas, Catalina y Beatriz, y vivían en un palacio que parecía más bien una fortaleza en la plaza de San Ru?no.

No la había visto muchas veces, pero sí las su?cientes, porque se podía aproximar y alejar de mi horizonte como un sueño maravilloso.

De ella me habían impresionado sus largos cabellos, de color rubio dorado, y sus ojos volitivos.

Creo que ella también me conocía. En Asís, más o menos nos conocíamos todos, por muchas celosías que hubiera; y cuando me convertí al Señor Jesús y empecé a llevar el Evangelio en el corazón, me enteré de que pensaba en mí con insistencia y me buscaba en demanda de ayuda.

Ella había sido siempre buena y no había tenido mi pasado inquieto pero me comprendía y me buscaba.

Aunque los tiempos no fueran fáciles para los encuentros serenos y claros entre un joven y una joven, nadie habría podido evitar nuestro encuentro.

Y el encuentro llegó…

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