Un año de Evangelii Gaudium: Renovar la Iglesia desde la alegría
(Extracto del artículo escrito porJuan Ochagavía S.j., Doctor en teología y publicado en Revista Mensaje en Diciembre 2014 )
En el cónclave que lo eligió, el papa Francisco recibió también la solicitud de poner en marcha las reformas postergadas tras el Concilio Vaticano II: la exhortación apostólica publicada hace un año fue el primer paso de esa tarea.
Vivimos una crisis muy compleja y la Iglesia ha sufrido periodos de desolación, que hacen necesario retomar el impulso renovador expresado hace cinco décadas. El Santo Padre nos invita a actuar desde el sentimiento más gratuito que pueda darse, siendo este —la alegría— un tema muy humano, muy cristiano, muy ignaciano.
Recuperar la alegría del Concilio Vaticano II y sus líneas renovadoras es una tarea fundamental para los cristianos hoy. En medio de un amenazante retorno a la Guerra Fría y de tantas enfermedades en lo moral, lo económico, la cultura y la política, la Iglesia solo podrá asumir su tarea evangelizadora de la humanidad en la medida en que retome el camino conciliar. El papa Francisco y los obispos de todo el mundo nos dicen que vivimos una crisis muy extendida y profunda. Muchos creyentes se alejan de la institución iglesia. Otros están tan absortos en el modelo económico y el consumo gIobalizado, que tienen anestesiada su sensibilidad ante la experiencia de Dios y el clamor de los desvalidos. Vivimos todos sumidos en un materialismo inconfeso. Enfermos, en cuanto a salud humana y cristiana se refiere. Lo estamos tanto los individuos como las familias, y las instituciones eclesiales. Nuestras virtudes teologales están débiles. La transmisión de la fe no se logra. La justicia cojea por todas partes. Es un escenario estremecedor y que como cristianos debiera sacudirnos, pero a la mayoría nos deja indiferentes. La Iglesia expresó sus preocupaciones en el Sínodo de Obispos de octubre de 2012, convocado para abordar el complejo tema de la transmisión de la fe cristiana en la coyuntura actual. Luego, en la clausura del Año de la Fe, el 24 de noviembre de 2013, el papa Francisco presentó la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, en la cual se ocupa con claridad de esos desafíos. Por cierto, el suyo es un documento colegiado, pues acoge y transmite muchas de las ideas e impulsos expresados por los obispos en ese Sínodo, cuyo documento, por lo demás, es mencionado treinta veces en el texto papal. La exhortación es una amplia reflexión acerca de esta grave crisis y nos llama fundadamente a asumir con coraje este desafío apremiante para la Iglesia universal en su servicio al mundo actual. Es un reto que debe ser asumido no solo por la Jerarquía, pues nos atañe a todos y a cada uno.
¿POR QUÉ RENOVAR LA IGLESIA DESDE LA ALEGRÍA?
El Papa, formado en la contemplación del Rey Eternal de los Ejercicios Espirituales (EE 91-99), nos llama a una empresa mundial, la más radical y productiva de todas las empresas. Su llamado lo dirige a los obispos, presbíteros, diáconos, personas consagradas, laicos todos. Desafía a la Iglesia entera; a todos los que de ella somos parte. Pero su mirada va a toda la humanidad. Pretende ser un servicio de amor, paz y progreso verdadero. Quiere renovar en Cristo la manera de ser en el mundo. Cuida y embellece el entorno de la naturaleza. Apunta a una nueva cultura, a una globalización mucho más profunda y panorámica que la que vivimos hoy, que es solo económica, comunicacional y del sobreconsumo. Francisco emprende la renovación de la Iglesia desde la alegría. ¿Por qué? Otras opciones eran posibles: desde la obligación y la norma, desde las condenas, desde la comparación con otras situaciones históricas. Pero lo hace desde la alegría, el sentimiento más gratuito que puede darse. Y no cualquier alegría, sino la del evangelio. Para fundamentar esa opción, podríamos mencionar tres motivos, que se suman el uno al otro: la alegría es un tema muy humano, muy cristiano, muy ignaciano.
Es muy humano, porque nuestro ser no es estático, sino dinámico. Viene del amor, es amor y crece en y por el amor. Nuestro ser es amar, y el amor constituye y agranda nuestro ser. El amor es el impulso del que provenimos; el que nos lleva y nos pone en movimiento; el que nos hace entrar en comunión con los otros, con la naturaleza, con todos y con el Todo. ¿Qué tiene que ver la alegría con el amor? La alegría es el certificado de salud del amor. Es el sentimiento que acompaña e indica que el amor es vivo, intenso, está sano. Decir «alegría» es equivalente a decir «amor fuerte, activo, dinámico». Por esto, la alegría nos profundiza y agranda, intensifica nuestro ser humano, nos anima, nos interconecta con los demás, con la creación y con el Creador. Nos da fuerzas para amar, confiar y emprender cosas que sin ella no podríamos hacer.
La alegría no es un tema nuevo, no es un tema más. Es lo nuclear: el evangelio es Alegría, es Buena Noticia. ¡Pero, aquí, atención! «Buena Noticia» podría entenderse en forma estrecha, como un mensaje que nos llega solo en palabras, en frases escritas en las páginas del Nuevo Testamento. Esto ya es mucho, pero no nos tranquilizaría del todo, pues sabemos por muchas experiencias de la vida que las palabras no nos penetran hondo, suelen quedarse en el papel. La Alegría de! Evangelio es muchísimo más que una buena noticia en el papel. Es la persona misma de Jesucristo, regalo del Padre en el Espíritu Santo. Nos injerta a Cristo, que sale a encontrarnos y nos une indisociablemente a él como su Cuerpo, como sus hermanos hijos del Padre de los cielos, como los sarmientos están unidos a la parra. La Alegría del Evangelio es unión y continuación del Cristo resucitado en nosotros, en la iglesia, en el mundo de hoy. Nos viene de Arriba, de lo Alto, de Dios, que se encarna en nosotros para que con Cristo transformemos el mundo.
LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO EN FRANCISCO
Consideremos ahora lo que el papa Francisco aporta a la noción de esta alegría, los matices propios y muy personales suyos. La alegría, el gozo, es un término recurrente en su ministerio de la Palabra. Desde luego, lo venía usando desde mucho antes de ser Arzobispo de Buenos Aires.
Le adjunta a la alegría muchos calificativos, tales como «nueva», «creativa», «espiritual», «profunda», «íntima», «inmensa», «irrefrenable», «eterna», «plena», «envolvente como el perfume», «penetrante como el aceite», «signo de la presencia de Cristo»‘. A la enfermedad del mundo actual, infectado por el consumo desbordado, la describe como «una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada» En ella «ya no hay espacio para los demás ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasme por hacer el bien» (EG 2). «Hay cristianos —dice— cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua» (EG 6). El remedio para estos males está en el encuentro personal con Jesucristo, que nos hace tanta falta y que nos hace tanto bien.
(Pueden leer este artículo completo aquí y consultando la edición de Diciembre de la Revista Mensaje)
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