Tradicionalmente, el acompañamiento espiritual ha sido visto como tarea reservada a sacerdotes y, por lo tanto, a hombres. Sin embargo, eso está cambiando. Hoy, tiene rostro laico, y de mujer. Al menos así es en el Centro de Espiritualidad Ignaciana, donde ellas son el 80% de quienes realizan esta labor. ¿Han luchado contra muchos estigmas? ¿Reconocen modos distintos en su labor de acompañamiento? ¿Qué opinan de la relación entre la Iglesia y la Mujer? Por Cristóbal Emilfork D. sj
Ángela Peragallo, Pilar Segovia, Cecilia Araya y Ximena Figueroa vienen de mundos profesionales y familiares diversos, incluso, de distintos movimientos cristianos. Sin embargo, tienen algo que las une: la espiritualidad ignaciana, fundada en los Ejercicios Espirituales (EE.EE.). Las cautivó en diferentes momentos de sus vidas; a tal punto, que hoy dedican gran parte de su tiempo a servir como acompañantes espirituales de hombres y mujeres, religiosas, religiosos y laicos, al alero del Centro de Espiritualidad Ignaciana (CEI).
La relación entre la Iglesia y la mujer, y sobre todo la invitación del Papa a sentarnos y dialogar, nos animaron a recoger su visión, sus opiniones y su sentir con respecto a estos complejos tiempos.
—¿De dónde surge su vocación de acompañantes?
Pilar: De mi propia vivencia de los Ejercicios. Me tiraron de espaldas, cambiaron mi vida y a raíz de eso entré a la CVX. En ese caminar, formándome, nacieron las ganas de que otros vivieran también lo que yo había vivido.
Cecilia: Mi formación siempre ha sido en la CVX, y ahí conocí los Ejercicios. En ese proceso se abrió una mirada diferente, y esto surgió como respuesta a la llamada de Cristo.
Ximena: Para mí fue conocer los Ejercicios, ver lo que me había ocurrido, y experimentar las ganas de que mucha gente pudiera vivir eso que descubrí.
Ángela: En Antofagasta, como apoderada del colegio San Luis, de los jesuitas. Cuando mi hijo mayor comenzaba primero medio, surgió en mí la necesidad de conocer a qué iba en sus actividades de formación, y cómo acompañarlo mejor. Así llegué a los Ejercicios e inicié este camino que derivó en el acompañamiento.
—¿Cuál es para ustedes la mayor riqueza que experimentan en el ejercicio del acompañamiento?
Pilar: Parto con harto temor y vuelvo ¡tan consolada! Acompañar es estar viendo cómo el Señor va tocando, le va hablando a cada persona; cómo el Señor se va poniendo con cada uno.
Ximena: Sumo, además, la riqueza de respetar los procesos de cada acompañado. Eso me ha ido educando en ser más respetuosa, abierta y acogedora.
Cecilia: Acompañar Ejercicios no es fácil. Genera mucho temor respecto de lo que ahí sucederá, porque hay un encuentro sagrado. Uno nunca acompaña EE.EE. sin hacer un poco unos propios. La pregunta es cómo el Señor te va dando la gracia de ir procesando lo que te va pasando para tratar de sacar lo mejor en el ejercicio de acompañar.
Ángela: Como acompañante, me identifico con una figura que en alguna parte leí: el camarero de dos comensales en un restaurante elegante. Él siempre debe estar atento a disponer del plato y la bebida necesaria para ese encuentro, pero no está metido en la mesa escuchando ni interviniendo en la conversación. A eso te dispones como acompañante, a entregar lo necesario para ese encuentro personal entre Creador y creatura.
—¿Han sentido algún tipo de trato distinto por ser acompañantes laicas y mujeres?
Cecilia: Creo que ha habido un cambio muy fuerte de los religiosos, que no se querían acompañar por nosotros, los laicos. Una religiosa sentía que una laica no la iba a comprender. Un sacerdote, si tú decías que lo acompañarías, se moría. Hoy, eso ha cambiado. El laico está mucho más dispuesto a ser acompañado por otro laico. A la vez, he acompañado religiosas y no he tenido ningún problema; todo lo contrario.
—¿A qué atribuyen el cambio, la menor resistencia?
Ximena: Creo que los laicos tenemos más libertad. Y eso hace que seamos más acogedores, que podamos estar más atentos. Hay religiosas que realmente quedan muy contentas. Se les abre un mundo cuando son acompañadas.
—Como mujeres, ¿hay algo dentro de la espiritualidad ignaciana que consideren particularmente afín a lo femenino?
Ximena: San Ignacio era muy cercano a la Virgen. Para mí, el poder mostrar esa relación de mujer, ha sido muy importante.
Cecilia: Me cuesta identificar algo así como “lo femenino”. De hecho, siento que la espiritualidad ignaciana es bien masculina, bien dura. Por mi carácter, por mi profesión, me acomoda mucho. Pero si bien tiene esos rasgos tan masculinos del discernimiento, del Magis, me ha llamado la atención que esté tan centrada en los afectos, en el sentir y el gustar. Quizás una está más preparada para los afectos… y al hombre le cuesta más demostrarlos.
Pilar: La mujer está acostumbrada a hablar de los afectos. Y no solo hablar, sino también reconocerlos, hacer introspección, o expresarlos más libremente. Vivimos con eso. Ahí creo que podemos ayudar, en este gustar y sentir.
Ángela: Además, en los Ejercicios, más que ir derecho al objetivo, la idea es disfrutar mucho el proceso. Eso lo siento muy de la mujer, porque las mujeres disfrutamos más del proceso. En el viaje, uno no disfruta tanto del llegar al lugar como de lo que va pasando en el camino. Tal vez para la mujer, por esa condición, sea más fácil sentir y gustar.
—¿Cómo piensan que se ha dado la relación de la Iglesia con la mujer?
Cecilia: Ha habido una asimetría espantosa. Se han dado pasos, como el nombramiento de una canciller en el Arzobispado, pero no existe una mirada igualitaria. Hay sacerdotes que no saben relacionarse con las mujeres, porque se da un problema de afectividad del religioso, que no está manejado. Muchos sacerdotes no quieren acompañar mujeres, y dicen, “no, prefiero que no, porque no las entiendo”.
Ángela: Cuesta la relación con las mujeres. Sin embargo, cuando se da, es muy buena, de mucha cercanía, colaboración, sin competencias, de igual a igual.
Cecilia: En todos los ámbitos hay que demostrar el doble para estar al mismo nivel. Como laicas, tenemos que formarnos y estudiar mucho, cuidarnos de no cometer un error, porque si nos equivocamos, quiere decir que no sabemos.
Pilar: Llevándolo a la vida parroquial, en la Iglesia, ¡el 70% de los que están adentro del templo son mujeres! Las que hacen el trabajo, las catequistas, la gran mayoría, son mujeres, las que dan la comunión, las que van transmitiendo la fe. Pero después llegas al Consejo Parroquial, y son casi puros hombres y poquitas mujeres.
—Si tuvieran que pensar en las medidas que implementarían para nivelar la cancha respecto de la posición asimétrica que ha ocupado la mujer en la Iglesia, ¿qué sería lo más urgente?
Pilar: Primero, que en todos los organismos jerárquicos de la Iglesia hubiese mujeres. Que cuando se reúnen los obispos, no solo inviten a una mujer a dar una charla, sino que la integren con voz y voto. Luego, darle espacio en la liturgia. ¡La liturgia es tan masculina y cuántas mujeres están preparadas en distintas formas y funciones!
Ximena: Algo que causó muy buena impresión fue cuando Pablo Castro sj invitó a Nelly León, capellana de la cárcel de mujeres, a predicar. ¡No volaba una mosca! Fue de un impacto impresionante. Eso ayuda mucho, nos abre puertas.
Cecilia: Se pueden hacer hartas cosas chicas, pero tengo la sensación de que si no se hace algo profundo, y desde el otro lado, no cambiará nada. Tengo una crítica muy fuerte a la formación del clero. Pienso que, si no se incorpora más la dimensión de la afectividad, de la relación con la mujer, no va a pasar nada. Una formación con una mirada más de Iglesia, Pueblo de Dios, en la que todos somos iguales por el bautismo.
—Por último, no puedo dejar de preguntarles, ¿cómo están viviendo esta crisis de la Iglesia?
Cecilia: Con mucho dolor y rabia. Creo que ahí me sale el lado femenino, porque cuando una mujer piensa que lo que ha sucedido le puede pasar a un hijo, la sensación simplemente no se puede explicar. Pero también estoy con algo más de esperanza en Dios. Pensando cómo los laicos podemos empoderarnos, sobre todo a través de la formación. Sin embargo, no viendo esto como una lucha, sino que como un complemento. La idea no es entrar en una confrontación, sino, más bien, asumir la complementariedad. Somos compañeros de camino.
Ximena: Con mucho dolor y rabia. Creo que los laicos tenemos un papel que jugar, pero mi pregunta es cómo lo vamos a hacer, porque no siento que haya una cultura de sentarnos y conversar. Sin embargo, rescato que, de todas maneras, veo que poca gente ha perdido la fe. La fe sigue en Jesucristo.
Pilar: Ha sido un terremoto. He tenido rabia. Me he sentido engañada y con vergüenza. Todavía siento que la jerarquía debe seguir dando pasos para entender.
Ángela: Me ha dado mucho dolor y vergüenza. Pero, si la tormenta es tan grande, cuando todo queda abajo, hay que volver a edificar. Tengo la esperanza de que todo se caiga y reconstruyamos una Iglesia más humana. Estuve hace poco en San Pedro de Atacama, y un domingo subí a Ayquina. Estando apoyada en un pimiento, de repente empezó a llegar gente de todos lados: niños chicos, adolescentes, mujeres maduras y hombres. Era un ensayo, porque el 8 de septiembre era la fiesta de Guadalupe de Ayquina. ¡Y, a las 15:00 horas, con 30ºC y a casi 3.000 msnm bailaron y bailaron durante media hora! Yo lloraba, pues dije “ahí está la Iglesia”. ¡No se ha perdido, no se ha perdido!”.