Contrariamente a lo que podamos pensar, el islam no está en guerra contra Occidente sino en un debate interno sobre cómo deben vivir los individuos y las sociedades mayoritariamente musulmanas en el siglo XXI. Por ello, la mayoría de víctimas del terrorismo son musulmanas, por más que las minorías religiosas en el mundo árabe estén particularmente oprimidas e incluso perseguidas. De igual manera que Europa vive en una crisis de identidad, en un replanteamiento sobre lo que es y lo que quiere ser, independientemente de la inmigración musulmana que pide una visibilización pública de su religión, el islam como civilización vive una crisis ideológica, más allá de su aparente éxito de expansión numérica, independientemente de las sendas del mundo occidental.

El islam nace como corrección a un cristianismo popular y deforme que es el que conoció el Profeta y al que consideró como supersticioso e idólatra. El texto citado del Corán pone de relieve esa actitud de inmenso respeto: El Misterio Último es compasivo y misericordioso, pero eso son sólo adjetivos: el apelativo fundamental, el que lo define por encima de todos sus otros nombres es el de Señor del universo, único a quien servir y de quien esperar ayuda: sólo Dios es Dios y «no hay más Dios que Él».

La palabra sumisión suena hoy mal en nuestro Occidente que tanto ha confundido la libertad con el orgullo. Sin embargo, referida al Misterio Último tiene un profundo sentido de respeto y marca la única (o al menos la primera) actitud que le cabe al ser humano ante la grandeza incomprensible de Dios. Hay que comprender entonces la seriedad de la palabra, que busca salvaguardar la superioridad de Dios ante un judeocristianismo antropomorfizado y corrige ese «dios a la carta» del que hablábamos antes.

Fuente: «Unicidad de Dios, pluralidad místicas » de José I. González Faus.