El diálogo interreligioso, a diferencia del ecumenismo —que es la búsqueda de la unidad entre los hermanos cristianos de distinta denominación—, es la búsqueda del acercamiento entre personas de distinta religión.
Por ejemplo, con el pueblo judío, quien comparte con los cristianos el mismo Dios del Antiguo Testamento y la espera del Mesías; los judíos en su primera venida, los cristianos en la segunda.
También nuestros hermanos musulmanes, con su Dios Alá, justo y misericordioso, cuyo profeta es Mahoma, sus sacerdotes los imanes, y sus santos y místicos sufis. Su libro sagrado es el Corán.
Otras religiones muy importantes son la Hindú con su Dios Krishna, a veces también manifestado como Rama. El budismo cuyo profeta y maestro en el camino del encuentro con Él es Buda Gautama, hijo noble de príncipes que dejó todo para conseguir primero él, y enseñar después a otros, el camino de la iluminación espiritual que da sentido a la vida, primero con las Cuatro Nobles Verdades, y luego con el óctuple sendero de perfección, que por su equilibrio entre los excesos, no está lejos de las virtudes cristianas. Su libro sagrado es el Bagavad Ghita, y su interpretación se hace a través de los vedas, o comentarios de los sabios.
Estas grandes religiones: cristianos, judíos, musulmanes, budistas e hindúes son monoteístas, es decir, tienen un solo Dios. Y las tres primeras colocan a Abraham, salido de Mesopotamia (Ur de los caldeos, entre Irak y Siria actuales), como su padre en la fe.
La diversidad de estos credos en el mundo de hoy hace deseable la búsqueda de un diálogo amistoso, la oración al Dios Único, la caridad sincera, recíproca y hacia los demás, el enriquecimiento mutuo con las distintas tradiciones místicas y espirituales.
Prueba de ello es el encuentro anual que el Sumo Pontífice tiene con representantes de otras iglesias cristianas —ecumenismo— y de otras religiones —diálogo interreligioso—, todos los años en la ciudad de Asís, Italia, para encontrarse y orar por la paz mundial.
Dialogar y buscar la unidad es vocación de todo bautizado, todo creyente y todo hombre de buena voluntad. Entonces la vida será diferente, aunque en última instancia, el lograrlo, es un Don de Dios y nuestro aporte es sencillamente predisponernos para acogerlo.