Dejó Chile el miércoles pasado. Prometió regresar en tres meses más para celebrar la Semana Santa, su cumpleaños número 88 y sus seis décadas de sacerdote. Pero en la Villa Francia -donde está instalado hace cuatro años- saben que el cura está cerrando un ciclo; por eso se han organizado para continuar con su legado y lo han despedido con homenajes y celebraciones. Puga, dicen, está cansado y hasta eligió a quienes hablarán en su funeral en caso de que la salud le falle. “Solo Dios sabe lo que viene”, dijo él antes de tomar un avión rumbo a Filipinas.
Es domingo 16 de diciembre en Villa Francia. Y en la parroquia donde Mariano Puga Concha se reúne con la comunidad Cristo Liberador se escuchan las que podrían ser las últimas palabras del sacerdote diocesano en esta emblemática población de Estación Central.
– Atrévanse laicos a cuestionarnos a los curas. Sean valientes, ¡arriesguen! Ustedes son responsables de lo que los curas somos. Si se quedan callados mientras somos clericales, así va a ser la Iglesia. Si ustedes gritan y buscan una Iglesia distinta, la Iglesia va a cambiar -vocifera Puga con una estola tejida en colores. Escucharlo pone la piel de gallina.
Su voz emerge de los parlantes y se propaga por la villa que lo acogió en los 70, y a la que regresó hace cuatro años, tras sobrevivir a cuatro centros de tortura e itinerar como obrero por Pudahuel, La Legua y Chiloé.
María es cuidadora de autos y está en la misa de este domingo de mediados de diciembre. Cierra los ojos y extiende los brazos de par en par mientras escucha la prédica. Minutos más tarde, mientras la comunidad invita a los fieles a tomar desayuno, María se une a un grupo que quiere recibir la bendición de Puga o abrazarlo por última vez.
-Y ahora que se va, ¿quién me va a cantar cumbia? -le dice María con tristeza.
Puga toma su acordeón y entona “Morena de 15 años”, mientras María baila al centro de una ronda y le besa las mejillas. Todos aplauden emocionados.
Desde que en diciembre se supo públicamente que Mariano Puga se iba de Chile -lo que finalmente se concretó este miércoles-, son muchos los que han querido tener un momento a solas con él. Agradecerle. Desearle buen viaje. Pero sobre todo asegurarse de que el hombre que consideran un amigo, un símbolo de la historia reciente en Chile por encabezar marchas y protestas contra la dictadura, una figura paterna en medio de la crisis de la Iglesia Católica, regrese.
Puga ha dicho que volverá en tres meses más para celebrar la Semana Santa, su cumpleaños número 88 y sus seis décadas de sacerdote. En este tiempo afuera, estará con los curas de los pobres en Filipinas, compartirá con amigos en Francia y permanecerá largo rato en un monasterio que nadie sabe a ciencia cierta si será en África u otro lado.
A su comunidad de Villa Francia se lo comunicó en febrero de 2018. A ellos les dijo que estaba cerrando un ciclo. Y que no tenía certeza de si volvería a vivir en Villa Francia, abriendo una serie de preguntas que, debido a su carácter patiperro, no siempre tienen respuestas.
El anuncio a los pobladores fue a quemarropa y lo realizó durante el retiro anual en Pirque, en el que las seis organizaciones de base con las que trabaja Villa Francia participaron.
-Me voy de la comunidad -les comunicó.
Quienes lo escucharon quedaron mirándose unos con otros, en shock. El silencio sepulcral fue interrumpido por el llanto de algunos que no lograban reponerse.
Puga, nervioso, explicó que necesitaba irse a retiro y que después de cuatro años era momento de que ellos continuaran sin él.
-Que la Villa Francia reciba a Cristo depende de ustedes y no del cura de turno- los arengó, para envalentonarlos.
Pero más allá de esa fortaleza que demuestra a sus fieles, los pobladores coinciden en que lo ven cansado y que la crisis de la Iglesia lo tiene desilusionado.
-Mariano ha sufrido mucho con la crisis de la Iglesia y se ha agotado tratando de gritar que no todos los curas están corrompidos, pero aún así no toda la gente lo escucha -explica María Paz Cajas, integrante de su comunidad.
La invitación de la Congregación de los Hermanitos de Foucauld para que participara del Encuentro Mundial por la Fraternidad que se realizará en enero en Filipinas parece haber sido el empuje final para materializar un anhelo que venía rondándolo hace rato.
Golpeado por problemas de salud que el 2017 lo tuvieron varias veces hospitalizado -tiene complicaciones cardíacas y respiratorias, usa marcapasos, toma siete remedios diarios y está operado de las rodillas-, Puga venía sintiendo que necesitaba profundizar aún más su conexión directa con Dios, y que para eso necesitaba estar a solas en algún monasterio.
-Quizá me quede por allá -les dijo en febrero pasado a los pobladores. Y la cuenta regresiva se inició.
Puga preparó a la comunidad todo un año para su ausencia. Y lo ha hecho con ahínco y exigencia, al límite de su capacidad. Dicen en su comunidad que a medida que daba órdenes, se iba poniendo cada vez más cascarrabias. Que los mandaba y los retaba. No soportaba impuntualidades, se enojaba con los que no iban a las reuniones.
Como si en ese ritmo frenético se gastara todas sus energías.
-A este ritmo me quedan dos años. Pero si me voy a un monasterio me quedan cinco -le habría confesado a uno de los pobladores que más lo conoce, el Túa, dándole a entender que este viaje no solo es para renovar energías, sino también una forma de mantenerse a salvo.
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