Texto escrito por p. Álvaro González, S.J.

Queridos amigos, queridas amigas:

Les escribo para invitarlos a vivir juntos en la oración este Adviento que ya comienza, Es un tiempo privilegiado para dejarnos encontrar por Dios. Es el tiempo en el que levantamos la mirada para vivir de manera nueva.

Los invito a soñar con los profetas.

Soñar es muy importante en la vida de todos, pero no lo hacemos, creemos que es no enfrentar la realidad. Son tantos nuestros afanes y cansancios que no le damos tiempo para expresar nuestros deseos más profundos se expresen. Con ello nuestra vida se empequeñece.

Los cristianos tenemos que soñar el mundo de mañana; el cielo nuevo y la tierra nueva donde hay espacio para todos; soñar con esa mesa abundante donde todos puedan participar y satisfacer sus hambres; una nueva convivencia sin mentiras, violencias ni rivalidades donde podamos encontrarnos y querernos bien.

En Adviento podemos aprender de Jesús que los medios pobres (bondad, compasión, cercanía) son los más eficaces en la construcción de una nueva convivencia, de una casa que nos acoja a todos, más allá de nuestras diferencias, porque permitimos que opere la fuerza de Dios.

Si pudiéramos llorar como Jesús pidiéndole a Dios que sane tantas cegueras y parálisis que nos han llevado a un desorden personal y social, de tal magnitud, que nos hace vivir enfrentados unos a otros con el consiguiente dolor de tantos.

Si aprendiéramos a despertar la esperanza en algunos que viven en la oscuridad y el desconcierto; si pudiéramos consolar y dejarnos consolar de tantos dolores que vamos cargando y pudieramos compartirlos.

Si pudiéramos sembrar semillas tan pequeñas como un granito de mostaza que en su interior hay un mundo de vida que puede florecer, para transmitir a los que nos rodean una nueva vitalidad; si pudiéramos proponer caminos para encontrarnos en verdad y aprender unos de otros a vivir, a querer, a servir, a creer.

Nuestros sueños pueden ser fecundos si los albergamos, los compartimos y nos organizamos para llevarlos a término.

Quisiera que en este Adviento aprendiéramos a esperar como Juan Bautista. Lo hermoso y verdadero se demora en madurar. ¿Cuánto tiempo lleva un embarazo? ¿Cuánto tiempo nos demoramos en crecer? ¿Cuánto se demora un amor en madurar?¿Cuánto tiempo cuesta implantar un cambio social?

Nos desesperamos porque la Iglesia no es hoy como quisiéremos, pero la vida y las circunstancias nos presentan desafíos que nos exigen cambios en nosotros que cuestan implementar. Los cambios son más fáciles de hablar que de hacerlos realidad, son más fáciles de imponerlos que permitir que vayan madurando.

¿Cuándo vamos a saber reconocer a Jesucristo en un hombre, en una mujer pobre, en un niño, en un abuelo?

¿Cuándo vamos a aprender que el dinero y el poder son peligrosos porque nos pueden acallar la conciencia?

¿Qué pasa que no vemos los brotes de vida nueva junto a nosotros?

Con Juan Bautista necesitamos lavarnos con agua limpia para que desaparezcan nuestras malas prácticas, nuestras estrecheces de corazón, nuestras inmovilidades, nuestros prejuicios, nuestras torpezas y rigideces. Somos prisioneros de tantas costumbres, ideologías, intereses personales que nos quitan libertad para aceptar lo diferente, a menudo lo vemos sólo como una amenaza.

Pidamos juntos el don de la esperanza, que habite en nosotros para que, con la Iglesia y en nuestro mundo, podamos dar pasos y sepamos abordar el hoy.

La esperanza es la que nos convence que Dios no nos ha abandonado y nunca va a hacerlo; que sus tiempos no son los nuestros; que la oscuridad, el desencanto no impiden el crecimiento. La perseverancia va haciendo crecer la vida nueva, vamos madurando humana y cristianamente como pueblo de Dios.

El Dios de Jesucristo siempre nos sorprende.

Ser cristiano toma tiempo, paciencia, creatividad y esfuerzo. Busquemos juntos maneras de renovarnos: en el lenguaje cristiano que es incomprensible para el hombre de hoy; en el testimonio de una vida sencilla donde la compasión tenga un lugar destacado; en la manera de expresar nuestro amor a Dios y de servir a los hombres como ellos lo necesitan, con respeto, con delicadeza, con generosidad.

Quisiera que ayudados por María se nos ablande el corazón. Los afanes laborales y económicos, el cansancio y por momentos el sin sentido, nos han endurecido el corazón.

Sin darnos cuenta hemos perdido la alegría de vivir, nos hemos puesto desconfiados, indiferentes a la suerte de los demás, centrados en nosotros mismos.

¿Cómo no pedirle a María en este Adviento que nos ensanche la mirada y nos sane el corazón para que otros encuentren albergue en nuestra vida?

¿Cómo no pedirle a María, una mujer discreta, que nos ayude a no hacer juicios a diestra y siniestra, a descalificar lo que se nos ponga por delante, a cuidar de ser violentos, a descentrarnos?

Que ella nos ayude a reconciliarnos con nosotros mismos y con los demás, a hacer la paz en nosotros, así podremos establecer vínculos verdaderos, pertenecer, compartir la novedad del Evangelio.

Adviento es el tiempo en el que Jesús trata de entrar en nuestro mundo de múltiples maneras para que gustemos en primera persona la bondad de Dios.

Si lo dejamos entrar, si lo reconocemos, estoy seguro que pronto seremos especialistas en humanidad, artesanos del buen trato y de la libertad, luchadores por una justicia más justa que la que tenemos.

El quiere compartir con nosotros una palabra que da vida y una sabiduría toda nueva.

Es El quien hace fiesta al vernos, el que multiplica el pan, el que nos hace arder el corazón, el que nos pone en el medio de las búsquedas y de las luchas de los hombres y mujeres de hoy y nos cambia la mirada, los criterios, la manera de actuar. Hace de nosotros ciudadanos del cielo, hermanos de todos los hombres, hijos de Dios, profundamente humanos.

Somos su tesoro para siempre porque su amor no cambia.

Ven Señor Jesús, no tardes.

Contigo podremos acertar el camino que nos lleva a una vida más digna, más fraterna.

En este Adviento pidamos entrar en su misterio y allí naceremos a la vida nueva y nuestro gozo será grande.

Nuestro Dios es más grande que lo que podemos aprehender con nuestra inteligencia. No lo encasillemos, no lo reduzcamos a normas y ritos, es más, es mucho más.

Con inmenso cariño

Álvaro González

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